En menos de una semana han salido dos manzanas podridas del sobrevalorado cesto del fútbol. Dos partidos que, de momento, se encuentran en el estadio de la sospecha. La (presunta-supuesta-parece ser) compra del Málaga-Tenerife y del Athletic-Levante amenaza con dejar sin polvo las alfombras de los salones del balompié patrio. Empieza a oler a podrido y da la impresión de que, a poco que fiscales y jueces escarben, el tema va a atufar. Las primas en el fútbol son más viejas que el Antiguo Testamento. No se entiende que no se legalicen los incentivos por ganar que te ofrece otro equipo, aunque resulte extraño que te paguen por hacer bien tu trabajo cuando ya lo hace tu propio club y, en algunos de los casos con salarios que son insultantes. Es alucinante que a los bien pagados futbolistas se les done un plus por hacer lo que tienen que hacer: jugar y, si es posible, ganar. Bastaría con dar cuerpo legal a las primas por vencer para desterrar las suspicacias de cada fin de temporada. Que se pague por perder es otro cantar. No será un servidor quien dé por hecho que los partidos antes mencionados fueron amañados. Para eso están jueces y fiscales. Pero, puestos a suponer, supongamos que soy un hincha del Málaga al que el dinero le sale por las orejas, un tipo que daría su vida porque su equipo ascendiera a Primera. Supongamos que tengo buenos contactos en las islas, que a su vez tienen estrechos vínculos con el Tenerife. Supongamos que no tengo escrúpulos. Supongamos que ofrezco 300.000 euros por perder. Y supongamos que aceptan. (Hagan ahora el ejercicio de cambiar los nombres de los equipos).
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