Parece que fue ayer, pero ya han pasado 20 años. Un buen puñado de la chavalería que hoy sobrepasa los 30 y los 40 años dio a finales de los 80 un ejemplo más que digno de cómo echar abajo uno de esos viejos reductos que daba la impresión que nunca iba a caer. Hoy se corea el Otro mundo es posible como entonces se gritaba el Intsumisioa o el MiliKK. Había que tener muchos bemoles para ir en contra del sacrosanto Ejército. Bueno, muchos bemoles, muchas ganas de lucha pacífica, mucho ingenio y mucho apoyo social de una sociedad que, en una amplia mayoría (al menos por estos lares), respaldó como pocas veces la causa de insumisos y objetores. Hoy resulta anacrónico recordar que el sistema te obligaba a perder un año de tu vida en un cuartel (y dos años o más en tiempos de Paquito). Con algo de suerte te tocaba un destino cerca de casa o te podías escaquear con la más inverosímil treta (había mil y también mucha leyenda urbana). Podías pedir también la socorrida prórroga de estudios (alguno enlazaba licenciatura, boda, niños y mili), objetar o decir que no. Que no tragabas con la mili. En España llegó a haber 25.000 insumisos, 12.000 de ellos vascos. Fue el triunfo de la desobediencia civil y pacífica contra una obligación que, paradojas de la vida, eliminó el PP. Nos queda el recuerdo y también la música, la canción que popularizó Kojón Prieto y los Huajolotes, con el añorado Eskroto y Toñín (luego reconvertido en Tonino Carotone y su Me cago en el amor). Di que no. Di que no. Que la mili no me gusta, y que a mí nadie me asusta, lo que yo quiero es vivir.
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