Barack Obama tiene un negro que es blanco. Para los profanos en la materia, un negro, sea literario o periodístico, es aquél que hace el trabajo sucio (da igual un discurso que un libro) para un político, un periodista o un escritor. Los hay incluso que escriben libros para que otros le pongan la firma. De negros (literarios) sabe mucho Ana Rosa Quintana y otros tantos que no lo confiesan porque quedarían mal. Bueno, Juancar, el Rey, no confiesa que tiene un negro pero hasta los niños de teta saben que lo de "Me llena de orgullo y satisfacción" se lo escriben (me dicen por aquí que el habitual discurso de Nochebuena se puede leer en tiempo real subtitulado en el Teletexto). El negro de Obama (en EEUU no se les llama negros sino ghosts, fantasmas) es un blanco de 27 añitos que se llama Jon Favreau. Un portento capaz de enderezar hasta las palabras de Maleni Álvarez. En su ingenuidad, uno pensaba que Favreau escribía y Obama daba rienda suelta a su extraordinaria oratoria. Pero no. Aunque en la tele no lo parezca, Obama (y muchísimos políticos) leen en un aparatito que ni usted ni yo logramos percibir. Pensaba uno que Obama memorizaba un discurso de 20 minutos (equivalente a dos páginas enteras de periódicos), pero no. Al día siguiente de la toma de posesión tuvo que repetir, esta vez en privado, la jura de su cargo porque la víspera se había confundido. En realidad, como bien apuntaba Quim Monzó en La Vanguardia, no se confundió el nuevo comandante en jefe sino el presi del Supremo de EEUU, que alteró el orden de la frase. Obama se la había aprendido de memoria.
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