Dicen que si viajas a Pekín tienes un 99% de probabilidades de encontrarte con alguien de Aranaz, de Larraga... o de Gipuzkoa. Ancho es el mundo y caprichosas son las casualidades. No sé si hay tantas posibilidades de toparte con un paisano en la plaza de Tiananmen. Pero sí sé que siempre te encontrarás a un guipuzcoano en toda prueba deportiva (competitiva o no) que se precie. Todos tenemos un tío cura y todos tenemos a algún familiar, amigo, conocido o vecino que ha hecho un trekking por el Himalaya. Todos conocemos a alguien que ha corrido la Behobia y no pocos son los que participan en la Quebrantahuesos, la clásica cicloturista de Sabiñánigo. Pero tiren del hilo y encontrarán guipuzcoanos en la Extreme Bardenas de Arguedas, en la Camille Extreme de Isaba, en el el Ultramaratón del Montblanc, en la Vuelta Cicloturista a Ibiza, en la Gothia Cup de Gotemburgo, en el maratón de Amsterdam, en la París-Roubaix de aficionados o en la Transgrancanaria. Más que una cultura de culto al cuerpo (tan de moda), hay una formidable cultura de culto al deporte. No hacen falta campañas institucionales que llamen a mover el esqueleto porque se mueve sólo. Y no hace falta irse a la otra punta de planeta para disfrutar del deporte. Aquí mismo hay marchas y pruebas que agotan los dorsales. Si ayer pasearon a primera hora por La Concha, vieron pasar a 1.000 entusiastas del atletismo. Se corría la Carrera de Primavera, una de las pruebas que mejor refleja el espíritu popular del deporte. Los dorsales se acabaron hace tiempo. Y, sí, no lo pregunte, la mayoría eran guipuzcoanos.
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