No pocas veces, las agencias de noticias escupen informaciones acerca de sesudos estudios, mayormente elaborados por universidades, sobre asuntos sumamente trascendentes. Los estudios suelen llegar a conclusiones rotundas, del tipo, "las mujeres estresadas son más propensas a tener hijas", "masturbarse a menudo aumenta el riesgo de padecer cáncer de próstata", "las mujeres serán más rápidas que los hombres en los 100 metros lisos en el año 2156" y "los adolescentes con nombres raros son más proclives a delinquir". No me he inventado las conclusiones. Están extraidas de variopintos estudios. Puestos a plantear encuestas, no estaría mal preguntar, a los guipuzcoanos, por ejemplo, si trabajan en lo que han estudiado. Si el tiempo que invirtieron en formarse en clase les ha servido para desarrollar luego la profesión que soñaban. Porque hay mucho desencantado. Porque abundan los casos en los que el deseo y la realidad no casan. Hago cuentas con un colega y recordamos a biólogos metidos a camareros, periodistas que ejercen de barrenderos, diplomados en Turismo especializados en tornos y fresadoras, químicos en cadenas de montaje de fábricas, filólogos que hacen de visitadores médicos, titulados en mecánica en mostradores de tiendas e ingenieros industriales como reponedores en hipermercados. Trabajar en el oficio para el que estudiaste parece hasta una suerte, aunque a veces te preguntes por qué te metiste en este fregado. Y más hoy, con una fila de cuatro millones de parados.
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