Lo peor de perder una final es la cara de gilipollas (con perdón) que se te queda. Odiosas son las comparaciones, pero a los seguidores del Athletic se les quedó el cuerpo como a los aficionados de la Real que el 30 de marzo de 1988 vieron caer a uno de los mejores onces de su historia ante el Barça de Luis Aragonés, en vísperas del motín del Hesperia, en la final de Copa del Bernabéu. O la misma cara de tontos (con perdón, otra vez) que se les quedaba a los hinchas del Tau cuando disputaban una y dos finales europeas y no había manera de ganarlas; o la cara de gilipollas (también de sentirse robados) que se les quedó al puñado de irundarras que vieron esfumarse la Recopa de Europa ante el Milbertshoffen en Alemania después de que se la arrebataran dos inefables árbitros. La final de Mestalla también tuvo otro paralelismo con aquella del Bernabéu. En Chamartín la mayoría de aficionados de la Real y el Barça también silbaron el himno ante "el primero de los españoles". No se montó el pollo de estos días, seguramente porque no había los altavoces de comunicación que existen hoy. Simplemente, la pitada se silenció en los medios, que es un método de censura mucho más sutil. Y se silenció también (en medios matritenses, quiero decir) la brutal carga que realizó la Policía Nacional al término del partido en el fondo que ocupaba la hinchada txuri-urdin, mientras los culés daban la vuelta de honor. A los seguidores de la Real se nos quedó la cara de gilipollas, la misma que tendrá el currela de TVE al que se acusa del supuesto error de cortar la emisión cuando sonaba el himno. Salta a la vista que era un hecho previsible (el abucheo, digo) porque si no, no se explica que el técnico de sonido contratado por la Federación pusiera el tiroriro a un volumen seis veces más alto que el sonido ambiente, o que cuatro altavoces se orientaran al palco. Y luego dicen que los símbolos no importan.
* Texto publicado en la sección de Deportes de NOTICIAS DE GIPUZKOA tras ganar el Barça la Copa al Athletic en Valencia
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