Traigo buenas y frescas nuevas: el año que viene no hay elecciones. Aleluya. Después de comernos casi dos tandas de urnas seguidas y toda la campaña de los USA como si fuera la de nuestra comunidad de vecinos, se abre un páramo (paréntesis, habría que decir) de más de año y medio. Cuando el 7 de junio finiquitemos los comicios europeos, ya todo volverá a su ser. Bueno, todo todo no, porque a la vuelta de la esquina se celebrarán las elecciones al Madrí, que tienen rango mundial y parece ser que ganará ese ser sobrenatural. He rescatado un artículo escrito hace unas semanas por José Ignacio Armentia (saludos a los cíceros) en El País para cerciorarme de que no me he vuelto majareta. Explica el profe universitario que el asunto va por ciclos y que sólo uno de cada cuatro años no hay elecciones (ya es suplicio). La ronda es siempre la misma: municipales, generales, autonómicas y europeas (estas dos últimas el mismo año), descanso y vuelta a empezar. Ahora tocan las europeas, que se palpa en la calle que despiertan un extraordinario interés (según el CIS, sólo uno de cada cuatro encuestados sabe la fecha en la que se celebran). Bruselas está a un par de horas de avión de Loiu, pero sus representantes políticos como que nos quedan lejos. Durante la campaña electoral mayormente aburren con ese retórica de palabras entre las que no pueden faltar bienestar, progreso, justicia, desarrollo, diálogo y ciudadanía. Escuchen un minuto de un mitin (no más) y seguro que de la boca del candidato de turno sale una de ellas.
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