Escribo antes de que se inicie el Real-Córdoba, con el equipo engordando para morir, después de sumar doce de los quince últimos puntos en juego y a las puertas de despedirse de las mínimas opciones de ascender a Primera. La Real cerrará en tres semanas su segunda temporada en Segunda, un tormento del que le va a costar salir. Resultaría prolijo describir la catarata de problemas de todo tipo que ha sufrido desde que dejó de pertenecer a la elite del fútbol. En estos tiempos de sombras y dudas, lo más coherente que ha pasado por el club ha sido Juanma Lillo. Hace un año colocó al equipo a un paso del éxito y esta temporada, con una plantilla más devaluada y en peores circunstancias, se quedará sin opciones por el mediocre rendimiento en Anoeta y los méritos propios del Xerez, Tenerife y Zaragoza y los ajenos (algún día habrá que hablar del escándalo de las primas por perder de Segunda). Salvo cambio insospechado, la directiva de la Real no renovará a Lillo. Nada extraño. En los diez últimos años, la Real ha contratado a trece técnicos y sólo uno (Raynald Denoueix) ha completado dos temporadas enteras (curiosamente, en una de ellas la Real rozó el título). Quiero pensar que la no continuidad de Lillo no está vinculada a que vino de la mano del anterior presidente. Pero si este club despacha a un tipo que trabaja 25 horas al día, que ha hecho de la plantilla una piña, que conoce la categoría al dedillo, que no ha recibido un solo reproche de la grada y que es capaz de fichar a jugadores con un caché hoy inalcanzable para la Real, apaga y vámonos. Lillo, quédate.
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