Si el señor o la señora Google tienen a bien dentro de unos días o meses volcar en Internet toda la información que han recopilado por estos lares para su servicio de Street View, albergo la sana aspiración de verme reflejado en alguna de esas imágenes en tres dimensiones. E intuyo, incluso, en qué lugar del mapa apareceré reflejado. Hace un par de semanas me crucé en plena carretera con un coche que llevaba en la puerta del copiloto un distintivo del buscador más famoso del mundo, y sobre el techo tenía colocado una especie de antenón con todo un aparataje de cámaras. Como andábamos en la redacción con la mosca detrás de la oreja con el asunto Google Street View, me di la vuelta en el primer cruce que me encontré en el camino e inicié mi propia búsqueda del dichoso utilitario. Le di caza y, cual fan que saluda a su ídolo, desde el coche le hice señas con las luces de cruce para que se detuviera. Dado que nos estaba resultando más que complicado contactar con las huestes de Google (ahora ya podemos decir que lo hicimos y para muestra vayan a la página 13 ), en aquel tipo que conducía el coche vi una oportunidad llamada entrevista. Insistí con mis señas (a las luces, añadí varios gestos con la mano para que se detuviera), pero nones. El tipo me dejó claro que no paraba el motor ni aunque le enseñara un manojo de billetes de 500. Pero como yo estaba colocado a tiro de cámara, deduzco que seré una de tantas personas pixeladas que uno encuentra con esta herramienta. Hace tiempo que Google entró en nuestra vidas, y ahora entra casi hasta la cocina, o hasta tu propio coche.
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