Lo que más jode (con perdón) de la mano de Thierry Henry (por lo que se ve, su mano no es la de Dios, sino la del diablo vestido de bleu) no es que Irlanda no vaya a disputar el Mundial de Sudáfrica. Para qué nos vamos a engañar. Ni usted ni yo sabríamos citar siquiera media docena de internacionales irlandeses, Roy (sonría por favor) Keane y Robbie Keane aparte. Vamos, que salvo que vea pasear por La Concha a John Aldridge, cualquier otro jugador le parecerá que es uno de tantos estudiantes de Erasmus. Y, qué quieren, el fútbol de The boys in green (Los chicos de verde) ni es preciosista ni maravilla. Lo que jode (con perdón, bis), repito, no es que Irlanda no compita en Sudáfrica (que también). Lo que jode es que la hinchada irlandesa, una afición modélica, bullanguera, que canta como un orfeón, no pueda desplegar todo su repertorio de cánticos. El miércoles se arrancaron varias veces con el Qué será será que popularizó Doris Day en El hombre que sabía demasiado, de Alfred Hitchcock, e hicieron enmudecer el Stade de France. Dicen quienes han presenciado en directo un partido en Anfield (familia, ya va siendo hora de que caigan esas entraditas) que cuando la afición entona el You"ll never walk alone se te ponen los pelos de punta. Algo parecido sucede cuando escuchas a los irlandeses. En la Eurocopa de Alemania del 88 (los verdes no se han prodigado en los grandes torneos), cuando jugaba Irlanda el realizador de televisión se recreaba en los descansos con una afición que convierte el fútbol en una fiesta. Sudáfrica (y sus bares) se lo pierden. Nos tendremos que conformar con el rugby.
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