Dice un amigo que hay personas a las que basta con mirarles a los ojos para saber si son buena gente o si no les comprarías ni media barra de pan. Aunque no les conozcas de nada, su mirada es suficiente. A José Luis Orbegozo le podías comprar media barra de pan y un coche de segunda mano si fuera el caso. Buena gente. Nombrar el apellido Orbegozo y ligarlo a la Real es retroceder a tiempos pretéritos, al equipo de los títulos, a la goleada al Madrid en la Supercopa, al Inter, a Ormaetxea, a ese once que toda una generación recita aún hoy de memoria, al fútbol en estado puro. Orbegozo representaba a una estirpe de dirigentes deportivos que hoy desgraciadamente ya no se lleva. Los Orbegozo, Ezkurra y compañía no convertían los clubes en plataformas de marketing para su impulso económico, político o social, para dar lustre a su persona. No tenían un ego que no les cabía en el pecho. Ni se gastaban lo que no tenían. Ni sumaban una deuda financiera vergonzante. Se parecían a los Laportas y Florentinos como un huevo a una castaña. Cierto es que los tiempos han cambiado y que el romanticismo de los 80 es hoy un viejo recuerdo del pasado porque el fútbol ha evolucionado a una velocidad supersónica. Pero gentes como Orbegozo contribuyeron a engrandecer la historia de la Real, a que miles de chavales viviéramos tardes gloriosas en Atocha y a que disfrutáramos con el mejor equipo txuri-urdin de todos los tiempos. Que allí donde esté, vea el ascenso del club al lugar que le corresponde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario