por la razón que sea, a este lado de los Pirineos está mal visto, por decirlo de alguna manera, que se sepa el sueldo que cobra cada cual. El salario es de esos secretos inconfesables que nadie va piando por ahí, ni falta que hace. Ya sea por ofensivo, irrisorio o porque no, los dineros que gana uno no traspasan las cuatro paredes del hogar. Y cuando toca hacer papeles, hasta nos da reparo que el administrativo o la funcionaria de turno vea, aunque sea de soslayo, cuánta pasta nos llevamos a casa a final de mes. Lo de no ir contando por ahí cuánto ganamos se diría que pertenece a la idiosincrasia del país. Al otro lado de los Pirineos es distinto. Basta ver un reportaje de economía doméstica en cualquier cadena de televisión francesa para comprobar que los protagonistas explican con total naturalidad cuánto ganan (otra cuestión es saber si dicen la verdad o mienten). Sucede algo similar con los premios en los juegos de azar. Hace nada, al menos dos guipuzcoanos se han hecho millonarios a cuenta de la Lotería. Para un periodista es misión imposible dar con el, la o los afortunados. Ni están ni se les espera. Lógico. Te acabas de forrar y lo único que te importa es guardar el billete en el banco. Como en el caso de los sueldos, más allá de la muga este tipo de asuntos se mastican de manera diferente. Hace unos días, Nigel Page y Justine Laycock, británicos ellos, dieron una rueda de prensa, copa de champán en mano, tras ganar 65 millones en el Euromillón. Y otro paisano, Michael Carroll, ha confesado que se ha pimplau (mayormente en drogas y puticlubs) los 15 millones que ganó hace siete años en la Lotería. Un crack.
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