Tengo un amigo que está enfermo. El chaval lee todos los días ocho periódicos, de pe a pa, de la portada a la contraportada. No es de los que se salta secciones (ya saben, hay quien pasa de Política a Deportes, sin pasar por Economía, o quien nunca lee Deportes, e incluso quien sólo lee el horóscopo y las esquelas). La enfermiza dependencia de mi amigo de la prensa en papel o escrita (como prefieran) no tiene, de momento, nombre, pero se admiten propuestas. Lee tantos periódicos y tan variados que apenas tiene tiempo para la lectura de libros, aunque una de sus pasiones confesables es quedarse embobado observando el muestrario de obras que ofrecen los escaparates de las librerías. Desde hace poco, dado que no saca horas para los libros, le ha cogido el gusto a leer, al menos, los prólogos. Hace unos días cayó en su manos la reedición de Bajo los cielos de Asia (Saga Editorial), la obra póstuma del montañero Iñaki Ochoa de Olza. El prólogo es emotivo, precioso, está firmado por Jorge Nagore, a quien ustedes pueden leer todos los domingos en la contraportada de este periódico y que en breve publicará con la misma editorial No querían ganar, que recrea el Tour de Francia de 1983 y la eclosión de corredores como Delgado, Arroyo y Fignon. El prólogo, los prólogos, tienen la ventaja de que te los puedes leer en un pis pas. Por ejemplo, mientras haces la compra en el Carrefour. Hace unos días, mi amigo hizo la prueba. Tomó Más vale pedir perdón que pedir permiso, en el que Jordi Évole, El Follonero, cuenta los entresijos de Salvados. El prólogo lo firma Quim Monzó y es de los que te arrancan una sonrisa.
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