lunes, 10 de mayo de 2010

Ciclismo

Las manzanas podridas no han evitado que seamos muchos los que todavía seguimos el ciclismo con la ilusión de un principiante. Enchufamos la tele para ver cualquier etapa, ya sea del Tour de Romandía, el Giro o la Vuelta a Chihuahua. Será porque es un deporte ideal para verlo por la caja tonta (también para hacer la siesta y despertarte un minuto después de que haya terminado el sprint, todo hay que decirlo), o porque tiene un magnetismo del que carecen otras disciplinas. Vaya usted a saber. Lo cierto es que pocas veces (quizás nunca) se han visto tantos cicloturistas por nuestras carreteras, ni tantas bicis de montaña por pistas y bidegorris. Dicen que el paro y los ERE han echado al personal al monte y a la carretera. El auge de la afición a la bici coincide curiosamente con el mal momento del ciclismo profesional y aficionado, que sufre la desbandada de los patrocinadores aunque, al menos por estas tierras, se mantiene un buen vivero de corredores promesa y de carreras por todas las esquinas. Cada fin de semana, un buen puñado de familias se meten cientos de kilómetros entre pecho y espalda para ver a sus hijos en un deporte sacrificado como pocos. Los Ibarguren Telletxea, por ejemplo, reparten su pasión por Antton (ciclista aficionado del Caja Rural) entre Lezo, Irun y Bera. Allí donde corre, siempre hay un familiar en la cuneta esperando para animarle. El chaval quería brindarles un triunfo en la recién acabada Vuelta al Bidasoa, pero por dos veces se fueron al suelo él y sus ilusiones. Tarde o temprano llegará la victoria, porque el esfuerzo casi siempre tiene un final feliz esperando.

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