El otro día me levanté de la cama, caminé medio dormido por el pasillo y, al llegar a la cocina, mi santa me plantó un beso a lo Casillas que ni reaccionar pude. "Madre mía", dije, antes de dar paso al Cola Cao. Cosas del directo. Repuesto del trance, y ya despierto, reaccioné. Soy periodista y... bueno, mi santa no es portera de fútbol, pero la tele tiene estos mimetismos. Lo mismo ha visto el beso de Casillas y se ha puesto a imitar. Hemos quedado en que la próxima vez le voy a comprar una camiseta de las de Arconada y vamos a repetir la escena, que dicen que besarse es bueno para la salud física y mental. Y eso que le suelo explicar que no tengo perfil de presentador de televisión. No duraría ni un Teleberri. Ni tengo los ojos verdes, ni la mirada de gata de la Carbonero (el copyright es de un colega de la redacción). Pelo tengo, pero mal distribuido y, como ya se habrán dado cuenta, en la tele no hay presentadores alopécicos (excepción de Piqueras). Para ser presentador hay que ser guapo o resultón, que lo mismo da. La belleza física ha pasado a importar más que la palabra, la forma está por encima del fondo y no importa qué y cómo se cuenta sino cómo es el que lo cuenta. Hay excepciones, claro. Carbonero no es ni peor ni mejor que decenas de periodistas que trabajan o aspiran a trabajar en televisión, pero es más guapa que la media, lo que ha aprovechado la cadena que le paga para exprimir su tirón. En Canal Plus hay una periodista que realiza la misma labor que Carbonero. Mónica Marchante se llama. No la conoce ni Dios. No tiene los ojos verdes ni un novio futbolista. País...
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