Si acostumbran a seguir las retransmisiones deportivas de magnos acontecimientos, habrán comprobado que los Borbones se han especializado en una modalidad todavía no olímpica: allí donde huelen un triunfo de un equipo o un deportista español, allí que van a sentar sus posaderas. De París a Londres, y de Abu Dabi a Johannesburgo, no hay palco que se les resista. En las últimas semanas, en ausencia de su graciosa majestad, se ha prodigado por canchas y estadios "la primera de las españolas", que diría José María García. El diccionario García/Español-Español/García, tildaría de abrazafarolas y correveidiles a algunos colegas que, cuando entrevistan a uno u otro, Juan Carlos o Sofía, parecen estar hablando con el mismísimo Dios. En fin, que el rosario de éxitos en la piel de toro durante el último mes tuvo su penúltimo capítulo el domingo en los Campos Elíseos de París. Curiosamente, ningún Borbón arropó a Alberto Contador en el podio del Tour. Curioso, que no extraño, porque tampoco lo hicieron en las dos ocasiones anteriores ni cuando venció Carlos Sastre. Acostumbrados como estamos a que se arrimen a los éxitos y acudan casi en cuadrilla hasta al más insignificante trofeo de vela (deporte de sangre azul por excelencia), la ausencia resulta llamativa. ¿Será que no quieren asociar su imagen a la del ciclismo, castigado en los últimos años con numerosos escándalos de dopaje? ¿Será que son más de motor que de pedales? ¿Será que ese día se disputaba el Trofeo Azur de Puig? Intrigado que estoy.
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