que me perdone Iñaki Arriola, pero como que no veo lo del metro soterrado entre Irun y Hondarribia. Incrédulo me llaman por aquí. Recorro mentalmente el trayecto entre el paseo Colón de Irun y la playa de Onddarbi, y como que sigo sin verlo. Será que tengo la mente contaminada como conductor de coche que soy. Pero como que no lo veo. Si no hay un triste bidegorri que una las dos localidades, ¿cómo puedo siquiera imaginar que se quiere abrir la tierra en canal para construir un metro como en el mismísimo Indautxu? ¿Cómo imaginarlo si hay un aeropuerto que no sabemos si despega o aterriza, que tiene unas tarifas más caras que la exclusiva de Anne Igartiburu en bolas? ¿Cómo imaginarlo si el imaginario suburbano entre Irun y Hondarribia, que hace unos años se parió con forma de tranvía, es uno de tantos proyectos que se anuncian un día sí y se olvidan otro día también? El proyecto de metro soterrado del Bidasoa es sólo uno de tantos que viene a reafirmar aquello de que el papel lo aguanta todo. Cierto es que sin proyectos no se alumbran luego realidades. Pero es que nos atiborran con tantas infografías y maquetas (la última de la bahía de Pasaia era ideal de la muerte, que diría la pija) que ya no nos creemos nada. Entre proyectos y planes pioneros (palabra favorita donde las haya de algunos alcaldes y concejales), llenamos más páginas que la trilogía de Millennium. A veces hasta ponemos fecha a los proyectos. Alguno debería estar inaugurado hace cinco años y, fíjate, todavía no tiene ni presupuesto.
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