El viejo Renault 12 familiar no tenía radiocasete, pero nunca pregunté por qué. Entonces era normal que muchos coches no lo tuvieran. Supongo que mi padre pasaba de conducir con el raca-raca de la radio o la música. Así que cuando tocaba un viaje largo (bastaba que superara las dos horas), cogíamos un radiocasete a pilas de considerables dimensiones y pinchábamos los éxitos del momento: la Ramona pechugona, de Ramón Esteso, los hoy inclasificables Parchís, una ristra de chistes del señor Tomás (su cinta de casete era imprescindible) y varios temas del inolvidable Kaxiano, con el Itsasontzi baten a la cabeza del hit parade. El chófer supongo que haría como que no escuchaba e iba a lo suyo. En realidad, era práctico como pocos. Como atravesábamos la muga a menudo, llevaba al descubierto el maletero (en el argot familiar le llamábamos cofre, aunque no escondiéramos ningún tesoro). Así, si nos paraba la Guardia Civil o la poli, que era habitual, no había que bajarse del coche para abrir el maletero. Lo tenían todo a la vista. Todos estos recuerdos te vienen a la mente cuando estos días te cruzas o adelantas a vehículos, muchos de ellos extranjeros, que llevan un GPS en el salpicadero, y uno o dos dvd portátiles en los asientos traseros para que los infantes se entretengan. Un buen invento el de los dvd, siempre que no se abuse, y una pena lo de los GPS. Con lo bonito que es perderse en la maraña de carreteras y calles. Con lo bonito que es intentar acceder al centro de una ciudad y acabar desorientado en un polígono industrial. Que todo tiene su encanto.
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