El pianista chino Lang Lang, que recientemente ha ofrecido varios conciertos por estas tierras, recordaba hace unos días en una entrevista en La Vanguardia cómo era el primer piano que le regalaron sus padres. Y lo hacía con tanto detalle que llamaba la atención. Decía literalmente en la entrevista: "(...) Yo tenía apenas dos años cuando llegó a casa un piano... Cuando los repartidores deshicieron el embalaje, emergió ante mis ojos el objeto que jamás había visto: ¡un piano vertical! Corrí a tocar sus teclas suaves, madera lisa, reluciente. "Es todo tuyo", me dijo mi madre. Lo abracé. Cuando llegó mi padre, lo tecleamos toda la madrugada". El tipo rememoraba como si fuera hoy una escena que ocurrió hace 25 años, cuando no levantaba un palmo del suelo. Siempre me han llamado la atención las personas que recuerdan al detalle hechos o anécdotas que protagonizaron cuando eran casi niños de teta. El común de los mortales no se acuerda de lo que ha hecho hace tres cuartos de hora, pero siempre hay quien te relata la batallita que vivió cuando tenía cuatro años. Yo pertenezco al mundo de los desmemoriados y, por lo que suelo comprobar, está habitado por varios cientos de personas. Soy de esos que de vez en cuando sale de la redacción y no acierta a recordar en qué lugar ha aparcado por la mañana el coche. O que tiene que volver a casa porque se ha dejado la calefacción en marcha y la luz del baño encendida. Los hay más extremos: aquellos que cada vezque se van de viaje creen que han dejado el fuego de la cocina en on.
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