El otro día tuve que llamar al servicio de atención al cliente de la compañía telefónica con la que tengo contratado mi móvil. Hace ya unos años (no sé cuántos) que tengo móvil. Desde que me lo regalaron tras estar perdido una noche en el monte. Siempre he sido fiel a la misma empresa. A pesar de que varias compañías de la competencia me han tirado los tejos, nunca le he puesto los cuernos. Es más, de vez en cuando cambio de móvil y tengo que firmar un contrato en el que me comprometo a seguir siéndole fiel durante los siguientes 18 meses. No acostumbro a llamar al servicio de atención al cliente pero, como debía comunicar una incidencia, no tenía otro remedio. Mi intención era hablar con un ser humano (gestores les llaman), pero me costó un montón de llamadas, una ración de paciencia infinita y un rato largo de diálogo absurdo con una máquina que escupía frases del tipo: "Diga sí", "Elija esta opción", "¿Está de acuerdo?", "Está al corriente de los pagos", "En estos momentos no podemos atenderle", "Todos nuestros operadores están ocupados, pruébelo más tarde". Las mismas compañías que te abrasan a llamadas cuando quieren venderte un producto, hacen todo lo posible para que tú no puedas hablar con una voz de carne y hueso cuando tienes un problema. Y no será por falta de presupuesto porque son estas empresas de telefonía, seguros y suministros varios las que luego nos restriegan sus millonarios beneficios sin ningún pudor. Después de intentarlo durante dos días, acabé hablando con un ser humano. Era una chica. Muy maja ella. Terminamos hablando de viajes.
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