El dinero, dicen, no hace la felicidad, pero es científicamente comprobable que a muchos ciudadanos del mundo agilipolla (verbigracia, te puede convertir en un ser abonado a la estupidez). No sabemos cómo se comportan en la intimidad los millonarios de turbante y petrodólares aunque, por lo general, suelen ser horteras como pocos y de gustos excéntricos. Desde hace nada, sí sabemos cómo se comportan en la intimidad algunas millonarias de aquí y de allá gracias, es un decir, a un par de programas que, si mal no recuerdo, se llaman Mujeres ricas y Casadas con Hollywood. Para pertenecer a ambos espacios es imprescindible ser mujer (no lo digo yo, lo dan por hecho los que han parido los programas) y tener mucha pasta. Pasta que se disfruta mayormente sin pegar un palo al agua y después de haberle dado un ídem a la cartera de tu ex marido, separación o divorcio de por medio. Más coincidencias. Las mujeres de talonario sin fin son neumáticas, adictas a la cirujía estética, visten ropa cara carísima (18.000 euros se gastó una de ellas de un tirón comprando tres vestidos en una tienda), lo pasan estupendamente en el gym con las amigas y organizan unas cuchipandas en casa que ni Borjamari en Baqueira lolaiolo (hoy una fiesta tipo hawaianos, y mañana todos vestidos de la época versallesca). Todas tienen su chica o mujer del servicio, que supongo que pasa vergüenza ajena cuando oye los comentarios de la señora delante de la cámara, y están estupendísimas. Mal repartido está el mundo, y sobre todo el dinero, por Dios.
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