Los dueños del fútbol de Primera amenazan con chapar el chiringuito con una mal llamada huelga que en realidad es un cierre patronal. El fin de semana del 2 y 3 de abril, sus muy bien pagados currelas quedarán exentos de acudir al tajo. En el país del disparate, he aquí el mundo al revés. Los clubes pretenden presionar al Gobierno para que elimine la obligatoriedad de que cada jornada se televise un partido en abierto. Quieren más pasta por las retransmisiones para alimentar la gallina de los huevos de oro. Que los presidentes del Barça y Madrid convoquen un paro es una bomberada, con todo el respeto para los bomberos. Con excepciones, que las hay, un buen número de dirigentes de la elite del fútbol han demostrado que son unos pésimos gestores, y no hay que ir muy lejos para encontrar ejemplos. Gastan más de lo que ingresan, prometen un dinero que no tienen y pagan unos sueldos injustificables, por muy excelentes que sean los jugadores. Resulta incomprensible que los grandes clubes paguen salarios estratosféricos (Cristiano Ronaldo cobra cerca de 35.000 euros diarios, y Messi otro tanto), mientras su deuda crece sin parar. Solo en la temporada 2008-2009, los veinte clubes de Primera acumulaban una deuda de más de 3.500 millones de euros, y a día de hoy deben 694 millones a Hacienda. Lo peor de todo es que, como si de un efecto contagio se tratara, el baloncesto y el balonmano viven una situación similar. ¿Huelga? Marearán la perdiz una semana más, y la desconvocarán tras ofrecer una imagen lamentable. Qué país, Martiarena.
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