Hay gente con la que convives toda tu vida, pero a la que nunca llegas a conocer del todo. Sabes cuándo está de mala leche, pero te resulta imposible interpretar sus silencios. Hay otro tipo de personas con las que te bastan cinco minutos, media hora o tres cuartos de hora de conversación, no para conocerlas, pero sí para darte cuenta de si te caen simpáticas. No conozco a Martín Lasarte más allá de lo mucho que he leído, visto y oído en los dos últimos años, y más allá de la hora larga que me concedió para una entrevista para la revista On, el pasado mes de julio. La Real acababa de iniciar la pretemporada de la vuelta a Primera. En aquella conversación habló poco de fútbol y mucho de la vida, de sus recuerdos, de su forma de ser. Bastó una hora para comprobar que era un buen tipo y que en el fútbol y en la vida se guía por el sentido común. Jokin Aperribay, que también tiene cara de buen tipo, también se ha manejado con sentido común desde que accedió a la Presidencia de la Real. Por eso, a ojos del aficionado, resulta inexplicable la destitución de Lasarte. El entrenador ha cumplido los objetivos que le marcaron, ha jugado media Liga sin uno de los mejores jugadores de la plantilla, ha sacado chispas a la cantera y ha logrado la permanencia con una suma de puntos que en otros tiempos te ponía a las puertas de una competición europea. Y, sin embargo, está en la calle sin que a día de hoy sepamos las razones. Más que nada porque el club todavía no las ha ofrecido. Que te vaya bonito, Martín.
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