Lo más cerca que he estado de vivir (que no sufrir) un terremoto fue a principios de los 90. No recuerdo el año, ni el grado del seísmo en la escala de Ritcher, pero sí me acuerdo de dónde estaba: tumbado en la cama del piso de estudiantes mientras repasaba unos apuntes. Será que había examen al día siguiente. Recuerdo que la lámpara del techo se movió como un demonio y que un buen número de vecinos salieron a la calle alarmados. El asunto no fue a más. Un par de sirenas por aquí, otro revuelo por allí, y se acabó. Un susto y vuelta a estudiar. Días después, algún avispado sacó un dinerillo vendiendo camisetas con el lema Yo también sobreviví al terremoto de Pamplona. Con las catástrofes naturales pasa como con los títulos de la Real: te acuerdas como si fuera hoy de dónde estabas en aquel momento. La gente de Lorca no olvidará en su vida que el miércoles 11 de mayo la tierra tembló bajo sus pies. Como algunos nunca hemos olvidado las inundaciones del 82, el fango que invadía los pisos del barrio y la impotencia de no saber cómo parar aquel enloquecido río que se desbordaba por todos lados. Situaciones dramáticas como la que se vive en Murcia siempre enseñan el lado más humano del ser ídem y, por desgracia también, la vertiente más esperpéntica. Esta vez ha sido Isabel San Sebastián. Y no, no, malpensados, no ha atribuido el terremoto a ETA. Ha dicho en Alto y claro (así se llama su programa en Telemadrid) que "a lo mejor así se reactiva el sector de la construcción".
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