Que soplen aires de polémica por la cordillera del Himalaya es más viejo que la pana. Que se lo digan a Reinhold Messner, el mejor alpinista de la historia, que durante años tuvo que soportar la pesada carga de haber abandonado a su suerte a su hermano Günther en las faldas del Nanga Parbat, allá por 1970. Sus compañeros de expedición le tildaron de soberbio y ególatra, y le señalaron como el culpable de la muerte de su hermano. Hace seis años supimos que Messner tenía razón y que Günther murió en una avalancha cuando descendía del Nanga Parbat. Razones tendrán también Juanito Oiarzabal y Edurne Pasaban para haberse enzarzado en una polémica absurda y nada edificante. Conocemos los argumentos de Juanito, pero no los de Edurne, así que se hace complicado enjuiciar una cuestión que el alavés convirtió anteayer en una de esas tertulias barriobajeras de Punto Pelota. La versión que ofreció el volcánico Juanito es perfectamente creíble, pero el lenguaje que utilizó le pierde. El fondo como contraposición a las formas. Lo peor para ambos es que este fuego cruzado desprestigia a un mundo que ha perdido hace tiempo su halo de romanticismo, aunque todavía hay casos y casos. Y aún peor es que espectáculos como el de esta semana solo contribuyen a que muchas personas ajenas al mundo del montañismo banalicen los éxitos de Pasaban y Oiarzabal. Como si subir un ochomil fuera un reto al alcance de cualquiera. Pena, penita, pena.
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