Odón Elorza dejará de ser mañana alcalde de Donostia tras 20 años en el cargo. A eso de la diez de la mañana (el Pleno se celebra a la nueve), el Apocalipsis estará ya acechando a esta gloriosa ciudad. Las siete plagas llegarán a la Casa Consistorial con un Lucifer de gafas y txapela. Por lo escuchado y leído desde la noche del 22-M a la oposición, mayormente a los socialistas y el PP, se deduce que de lo poco que Bildu va a dejar en pie es el marco incomparable. Ni los 100 días de rigor se le han concedido a la coalición que gobernará Donostia los cuatro próximos años. El berrinche de Elorza después de su derrota electoral y las andanadas contra Bildu suenan más a desahogo por el lamentable trato que ha recibido de su mismo partido que a otra cosa. Elorza, un precursor de la geometría variable de Zapatero (ha gobernado con PNV, PP, EA, IU, Alternatiba y Aralar), será recordado más por lo que hizo que por lo que deja sin hacer. Se marcha por la puerta de atrás y ve cómo su compañero de partido Ernesto Gasco coge la pértiga para dar un salto hasta la primera plaza de la candidatura que ni Serguei Bubka. Que esa es otra. La imagen que está ofreciendo el PSE con las renuncias de sus hasta hace quince días primeros espadas en Bizkaia y Gipuzkoa o con la designación como alcaldable de alguien que no ha sido elegido en las urnas, roza el esperpento, por no decir que es una falta de respeto a sus votantes. José Antonio Pastor dijo ayer que antes de las elecciones ya había decidido que renunciaría a su acta de juntero. Entonces, ¿para qué se presentó? Hay quien no ha entendido nada del movimiento 15-M.
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