Un colega de profesión afirmaba hace ya unos cuantos años, cuando casi nadie sabía qué era un pit-lane y creíamos que alerón era una zona de nuestro cuerpo que se asomaba por los sobacos, que la Fórmula 1 no era un deporte. "Si eso es deporte", acostumbraba a decir, "lo mismo se puede decir del ajedrez". Como discutir sobre qué es y qué no es deporte nos puede llevar a escribir varias Mesas de redacción, lo dejaremos para otra ocasión. No diré tanto como aquel compañero, pero sí, al menos, que la Fórmula 1 es un tostonazo. Hace tiempo que ni entretiene ni tiene un mínimo de emoción, dos ingredientes imprescindibles para atrapar a un espectador como un servidor, capaz de ver por televisión hasta la Champions de las canicas. Y no hablo solo de esta temporada que está a punto de bajar la persiana. Por más vueltas que Bernie Ecclestone le da al circo, no acaba de dar ni con la fórmula. Creo que no soy el único espectador que solo presencia la salida de los grandes premios por si se monta un pifostio de mil pares en la primera curva. Y creo que tampoco soy el único que se queda perplejo cuando una carrera se decide porque unos tipos de buzo tardan media milésima de segundo más que sus colegas en cambiar cuatro neumáticos. Entre esa salida y las paradas en boxes, habitualmente todo lo que hay es el vacío y, si me apuras, un par de adelantamientos... a los doblados. Si a este espectáculo le sumas los comentarios de un tipo que defiende al piloto patrio lo haga bien o lo haga mal, apaga y vámonos... a jugar al ajedrez.
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