sábado, 10 de diciembre de 2011

Geyperman

Uno nunca sabe si estos textos se leen en horario infantil, así que seré políticamente correcto. Allá vamos. En la década de los 70, cuando los Reyes Magos eran los Reyes Magos y Olentzero era un carbonero que bajaba del monte el día de Nochebuena, hacíamos la selección de juguetes que íbamos a pedir mirando con fascinación los escaparates de las tiendas y los anuncios de las dos cadenas de televisión que existían en la época. Hoy los regalos se eligen por catálogo. Tengo entre mis manos un tocho de 183 páginas a todo color con cientos de juguetes, muñecas, peluches, coches, camiones, excavadoras (siempre fueron mi debilidad), futbolines, cocinas (creo que les llaman cocinitas, como los chefs, que a toda palabra le ponen un diminutivo), guitarras, teclados, puzles y las muy vanguardistas Wii, Play, Xbox y todo esos artilugios del demonio. Cuatro décadas después, compruebo que hay juguetes imperecederos como la Magia Borrás, las Nancys y Barbies, el Monopoly (desconozco si las nuevas versiones incluyen a los mercados) y el Playmobil. Pero por más que paso y repaso las hojas del catálogo, no encuentro el Geyperman. En una esquina, escondidita, veo otra reliquia, el Cinexin, pero adapatado al siglo XXI, es decir, vinculado a una célebre película de animación de Disney. Y es que buena parte del muestrario de juguetes está relacionado con los filmes y series que inundan la pequeña y la gran pantalla. Seguramente lo más anacrónico, y a la vez fantástico, de pedir regalos es que, en estos tiempos de iPads, iPods e iPhones, todavía entregamos las cartas en papel y en mano.

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