Una encuesta difundida por la empresa Pet Insurance en Gran Bretaña asegura que las familias que tienen un perro en casa discuten una media de tres veces por semana. El sondeo de esta aseguradora de animales domésticos fue publicado hace unos días por The Telegraph y sus resultados no difieren mucho de los problemas que se suscitan a diario entre personas humanas que viven bajo un mismo techo. Traducido a datos, una familia que disfrute de su can durante diez años tendrá más de 1.500 trifulcas a cuenta del chucho de marras. Las razones, dicen los autores del estudio, no son muy distintas de las que se tienen con un niño. Desde enzarzarse por ver quién saca al perro a pasear hasta reñir porque se empeña en subirse al sofá. Ni tengo ni he tenido ni creo que tendré nunca un perro. Y donde digo perro, digo gato, un pez tipo Nemo, un hámster, un caballo o una iguana. No son santo de mi devoción. Miento. Desde hace unas semanas tenemos en casa un perro. Se llama Gogo (sin tilde). Si le acaricias la cabeza empieza a ladrar de lo contento que está y mueve la colita, y si le frotas en los costados se gira hacia el lado en el que le hayas tocado. Te deja incluso que le invites a pasear en alemán Lass uns gassi gehen y en italiano Andiamo a fare una passeggiata. En el poco tiempo que lleva entre nosotros no nos ha dado ningún problema. Se apunta a todos nuestros planes, duerme como un lirón y nunca protesta porque le llevemos atado de una correa. Pero lo mejor de todo es que su cuidado no nos cuesta un duro. Basta con cambiarle las pilas de vez en cuando.
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