La crisis tiene mil caras que seguramente no se aprecian hasta que te quedas sin trabajo. Cada desempleado o cada trabajador que ve su puesto en peligro de extinción guarda una historia que merece ser contada. Zuhaitz Gurrutxaga, excentral de la Real que ahora juega en el Lemona, colista de Segunda B, describió hace una semana en este periódico otra vertiente de la crisis: la de quienes confían en que su empresa ingrese el máximo dinero posible antes de un cierre anunciado para poder cobrar los sueldos que les adeudan. En su caso, los jugadores del Lemona se han partido el pecho para llegar a la final de la Copa Federación (se clasificaron el miércoles tras eliminar al Ceuta), no por el prurito de lograr un trofeo desconocido incluso para los más futboleros, sino por el premio económico que conlleva: la conquista del título tienen una recompensa de 90.000 euros, el equivalente a tres mensualidades para una plantilla que no ve un duro desde que arrancó la temporada. En idéntica tesitura se encuentran los trabajadores de Muebles Inchausti, que cada minuto que pasa ven morir a una empresa que hace nada era un gigante del sector. Aseguraba ayer en estas páginas uno de los trabajadores que su objetivo es vaciar todo el stock para hacer caja y seguir cobrando las nóminas. Triste destino para un futuro que se presenta impredecible. Si, como dicen algunos expertos, no hemos hecho más que cruzar el ecuador de esta crisis (se supone que llevamos incrustados en ella desde 2008), una de dos: o lo peor está por venir, o ya queda menos para salir de esta espiral.
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