En una decisión sin precedentes, el Ayuntamiento de Donostia ha decidido que no va a limpiar los excrementos de perros que adornan sus calles. La brigada de limpieza dispone de dos motocicletas acondicionadas para recoger las heces que los chuchos depositan con el beneplácito de sus dueños, pero a partir de ahora solo saldrá a la vía pública una de las máquinas. Muy benévolo le veo a Juan Karlos Izagirre. Yo hubiera eliminado las dos motocicletas. La mierda (con perdón) de los perros que la recojan quienes los llevan atados a la correa. Es más, yo suprimiría la brigada de limpieza al completo. Y no son ganas de que nadie se quede sin trabajo. El oficio de barrendero no debería existir si todos cuidásemos las calles como cuidamos nuestras casas. La realidad, sin embargo, dice lo contrario. Estamos rodeados de porquería, de lo que toda la vida hemos llamado basura y ahora denominamos residuos sólidos. Desde el vecino que apaga la colilla en el portal, pasando por el chófer que echa la basura a las cunetas y llegando a lo más inverosímil: esos frigoríficos y lavadoras que te encuentras cuando paseas por el monte. Coño, si es más difícil echar los electrodomésticos en el monte que llevarlos al garbigune. Hace unos días, un grupo de amigos, por iniciativa propia, limpió una parte de la cara norte de Larun. Recogieron 55 kilos de basura, la mayoría cristales de vasos y botellas que no habían caído precisamente del cielo. Suelen ser arrojados a las rocas por los turistas que suben al monte y que se piensan que aquello es la Fontana de Trevi.
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