viernes, 18 de mayo de 2012
Caer desde tu propia altura
El otro día me di un golpe en la cabeza de esos de los que te acuerdas toda tu vida. Un golpe con fundamento, que diría Karlos Arguiñano. De los que dejan huella en forma de cicatriz. Chapa y pintura suelen comentar los ciclistas. Solo que, en mi caso, al día siguiente no hubiera estado en la línea de salida con el pelotón. Como rezaba el informe médico, caí desde mi propia altura. Y ya se sabe lo que tiene ser alto: más dura será la caída. El caso es que acabé con un majete coscorrón en la cabeza y protagonicé ante mis exvecinas de portal una escena propia de película de sangre y terror. No soy amigo de visitar ambulatorios y hospitales, y cuando veo un chorro de sangre me entra el telele. Será por eso que valoro muy mucho la labor del personal sanitario, sean celadores, médicos, enfermeras o ATS. Obligado como estaba a acudir a un centro hospitalario, comprobé in situ algo que nunca está de más recordar. Supongo que hay excepciones, pero, cada vez que visito una dependencia de Osakidetza, el trato humano, el calor humano, suele ser exquisito. Siempre hay alguien dispuesto a hacerte pasar el mal trago con la mejor de sus sonrisas. Doy por hecho que los recortes han empeorado sus condiciones laborales, pero desde luego ellos y ellas no han recortado un ápice el trato humano que ofrecen al paciente. Como tengo esta privilegiada esquina del periódico para contarlo, vaya desde aquí mi más sincero agradecimiento a quienes velaron por mi salud y al amigo Txomin, que me devolvió luego cada músculo a su sitio.
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