Pocas veces un gobierno ha puesto tantas primeras piedras de un mismo proyecto. Hablo del Gobierno Vasco, hablo del TAV. He perdido la cuenta de las veces que el Departamento de Transportes ha convocado a los medios de comunicación para el protocolario acto. Cada vez que comienza el tajo en alguno de los tramos del TAV, se cita a los periodistas. Se hacen las correspondientes fotos; técnicos y políticos dan las explicaciones sobre el terreno, se ofrece un piscolabis... y hasta la siguiente primera piedra. El proyecto de estación de autobuses de Donostia no tiene prevista la colocación de la primera piedra, ni se le espera. Todos los planes son papel mojado. Me juego mi despoblada cabellera a que no habrá máquinas que empiecen a trabajar antes de 2016, cuando acabe esta legislatura. Los políticos han mareado tanto la perdiz, que desde hace 20 años asistimos a una refriega dialéctica impropia de quienes dicen trabajar para el bienestar de los ciudadanos. La ubicación de la terminal ya es casi lo de menos. Al usuario de la estación seguramente se la trae al pairo dónde se construya la terminal con tal de disponer de una instalación en la que pueda guarecerse en caso de lluvia. De tanto cambiar de proyecto y ubicaciones puede suceder lo que ha ocurrido en Iruñea. Allí también hubo un debate interminable sobré dónde y qué tipo de terminal había que construir. Hoy, la flamante estación es tan cómoda como deficitaria. En sus cuatro primeros años ha tenido 500.000 usuarios menos de los previstos y en la galería comercial solo están ocupados siete de los 21 locales. Los viajeros se han cansado de esperar al autobús.
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