En varias horas de caminata aprendí más sobre el alzhéimer y las experiencias de enfermos y cuidadores que en todos los artículos que había leído con anterioridad. Fue hace ya unos meses, a primeros de mayo. Caminaba junto a Koldo Aulestia, presidente de la Asociación de Familiares y Afectados de Alzhéimer de Gipuzkoa (Afagi), y juntos acompañábamos desde Irun a Bentas de Igantzi a Guillermo Nagore, a quien no hace falta presentar porque cada quince días nos cuenta en este periódico sus andanzas y hoy hace balance en las páginas 8 y 9. Aulestia me explicó los problemas que padecen las personas enfermas de alzhéimer, los daños colaterales que sufren sus familiares, me relató situaciones que viven en el día a día y el porqué de la necesidad de que se lleve a cabo una política de Estado que ofrezca un plan de atención integral. Históricamente se ha asociado al alzhéimer con la demencia y hasta se diría que ha sido una enfermedad tabú. Aunque las comparaciones sean odiosas, sucedía como hace ya muchos años con las personas discapacitadas. Existían pero no eran visibles a ojos de la sociedad. Hoy, felizmente, el alzhéimer ha dejado de ser una enfermedad tabú y reclama un trato similar al que se ha ofrecido en ocasiones a otras dolencias. Pensemos, por ejemplo, en el sida, una enfermedad letal hace años y que hoy ha reducido notablemente su tasa de mortalidad gracias a las fuertes inversiones de dinero que se realizaron en su día y (dicen las malas lenguas) a la presión que ejerció el lobby gay sobre los políticos.
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