viernes, 5 de octubre de 2012

A reflexionar

supongo que para un político profesional el inicio de la campaña electoral es lo más parecido al arranque de la Liga para un futbolista. Lleva meses de pretemporada (más o menos desde que acabaron las últimas elecciones, ya fueran forales, municipales o estatales del Estado, que no me acuerdo) y le recorre un cosquilleo por todo el cuerpo. Supongo también que al político profesional le pone lo de los mítines aquí y allá, repartir caramelos y bolis por doquier, visitar mercados y residencias de ancianos, y recibir a los altos cargos del partido, ya vengan desde el mismísimo Madrid o desde el Besaide, que viene a ser el centro de esta nuestra comunidad. El político profesional tiene quince días por delante para convencer a la descreída audiencia que merece la pena que el 21-O vaya al colegio electoral y deposite en la urna la papeleta de su partido. Dice un colega que, según sesudos estudios, solo uno de cada diez ciudadanos cambia su opción de voto en función de lo que lee, ve y escucha durante estos días de sobredosis electoral. O sea, que mayormente la campaña sirve más bien para poco. Uno cree que estas dos semanas y pico de cháchara están programadas a mayor gloria de sus señorías, que nos explicarán lo que no van a hacer y no nos dirán lo que van a hacer cuando tomen asiento. Yo, directamente, me iría al sábado 20 de octubre, a la jornada de reflexión, esa antigualla heredada de la transición que se mantiene inalterable en todo calendario electoral que se precie.

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