supongo que para un
político profesional el inicio de la campaña electoral es lo más
parecido al arranque de la Liga para un futbolista. Lleva meses de
pretemporada (más o menos desde que acabaron las últimas elecciones, ya
fueran forales, municipales o estatales del Estado, que no me acuerdo) y
le recorre un cosquilleo por todo el cuerpo. Supongo también que al
político profesional le pone lo de los mítines aquí y allá, repartir
caramelos y bolis por doquier, visitar mercados y residencias de
ancianos, y recibir a los altos cargos del partido, ya vengan desde el
mismísimo Madrid o desde el Besaide, que viene a ser el centro de esta
nuestra comunidad. El político profesional tiene quince días por delante
para convencer a la descreída audiencia que merece la pena que el 21-O
vaya al colegio electoral y deposite en la urna la papeleta de su
partido. Dice un colega que, según sesudos estudios, solo uno de cada
diez ciudadanos cambia su opción de voto en función de lo que lee, ve y
escucha durante estos días de sobredosis electoral. O sea, que
mayormente la campaña sirve más bien para poco. Uno cree que estas dos
semanas y pico de cháchara están programadas a mayor gloria de sus
señorías, que nos explicarán lo que no van a hacer y no nos dirán lo que
van a hacer cuando tomen asiento. Yo, directamente, me iría al sábado
20 de octubre, a la jornada de reflexión, esa antigualla heredada de la
transición que se mantiene inalterable en todo calendario electoral que
se precie.
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