martes, 16 de octubre de 2012

El otro rescate (y II)

Decíamos hace unos días que España necesita de manera urgente un rescate de sus horarios de trabajo. Si, como dicen quienes manejan los datos macro y microeconómicos, la crisis no se deja notar de la misma forma aquí que más allá del Ebro, sucede algo parecido con el asunto de las horas de entrada y salida del curro, y de nuestros hábitos. Digamos, por resumirlo, que por estos lares, y no solo por cuestión de cercanía geográfica, tenemos horarios más europeos (excepción hecha de determinados trabajos como, por ejemplo, la redacción de un periódico). Abrimos las tiendas a las nueve, cerramos a la una (ni un minuto más, ni uno menos), comemos en una hora y, en lugar de la clásica siesta, optamos por la kuluxka, que es igual de reparadora pero más corta (y sin pijama ni orinal). Diría más. En determinados lugares de este país incluso son más europeos que en otros. Según avanzamos hacia el norte, antes se cumplen los quehaceres diarios. Tengo un amigo que trabaja en un restaurante enclavado en la muga que come a las once de la mañana porque a eso de las once y media ya tiene a los primeros clientes, ya sean de Urruña, Baiona o Toulouse, sentados en la mesa. Y no es raro acercarse de visita a un pariente de Iparralde y comprobar que se dispone a cenar a las siete y media de la tarde. Por no decir que en las televisiones francesas mantienen aún la buena costumbre de emitir los telediarios a las 20.00 horas para, media hora después, iniciarse la película o la serie de turno. Aquí el prime time no llega antes de las 22.30 horas. Noctámbulos, que somos unos noctámbulos.

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