"Estamos en el país de los aeropuertos peatonales, las carreteras sin coches,
los teatros sin contenido y los palacios sin congresos. Cada faraón
quería su pirámide". Pensaba que lo había visto todo sobre inversiones
en mastodontes de hormigón que se han quedado en construcciones de
cartón piedra, pero se ve que la realidad siempre supera a tu
imaginación. Hace unos días el programa Comando actualidad emitió el reportaje ¿Nos lo podíamos permitir?,
un tratado de lo que ha sido la burbuja española en todas sus
vertientes (inmobiliaria, financiera, de infraestructuras...). Aunque se
trataba de un reportaje mucho más edulcorado que las mordaces lecciones
que ofrece Jordi Évole en el imprescindible Salvados (en Comando Actualidad
se entrevistaba a concejales y cargos públicos sin citar su partido),
la sucesión de monumentos a la nada era un cúmulo de despropósitos. Me
quedo con el repaso que se hizo a los palacios de congresos. De hecho,
la frase que abre este texto es del propietario de la única sala de
congresos privada de Palma de Mallorca. Asegura este buen hombre que en
el Estado hay 140 palacios de congresos, la mayoría impulsados por las
instituciones públicas, pero que solo dos o tres son rentables. En Palma
de Mallorca, a la entrada de la ciudad, hay un esqueleto de hormigón
sin acabar, por el que ninguna empresa puja, y en la que los políticos
de turno ya se han gastado 125 millones. Otro pozo sin fondo que añadir
a un catálogo de obras sin sentido que no tiene fin: ayer anunciaban
que el aeropuerto de Castellón estudia su ampliación, pese a que aún no
ha recibido su primer vuelo. Que siga la fiesta.
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