El otro día pasé a ras de
suelo por una pedazo torre de no sé cuántos pisos (así, por lo bajo,
calculo que tendría más o menos 75 plantas). Para ser en el mismo
Bilbao, pequeña me pareció. Yo, que soy un tipo previsor, la hubiera
tirado unos metros más para arriba. Lo menos hasta llegar a la altura
del monte Artxanda. Soy muy fan de los teleféricos (el que más me mola
es el de la Expo de Zaragoza, que allí sigue, tieso como la mojama), y
esa ciudad (Bilbao, digo) pide a gritos una telecabina que conecte la
azotea de esa torre con Artxanda. Con ese proyecto y San Mamés Barria,
tenemos rematado el Botxo para lo que resta de siglo. Que menudos somos
cuando nos ponemos a regenerar. Andaba yo con mis cavilaciones mientras
El Popis sufría ya de tortícolis de tanto hacer contrapicados a la torre
con la cámara de fotos de su móvil de última generación. Toma por aquí y
toma para allá, le dimos varias vueltas a la torre que, todo sea dicho,
ha quedado muy chula y, sobre todo, es muy alta. "Popis, esto tan
grandísimo lo pagamos tú y yo", le dije así, de primeras. Cada mes nos
pasan una factura que no hay dios que descifre. Y cada año esa factura
sufre unos cuantos incrementos. Dentro de unos días aumentará otro 3%.
Este debe ser el único país del mundo mundial en el que un servicio
básico sube por encima del IPC. El exoligopolio telefónico también
amenaza con aumentar el precio del alquiler por usar la línea del fijo.
Pues eso, que a nuestras contrarias también les llamó la atención
semejante torre, pero a la chavalería lo que le impresionó fue el
tranvía.
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