Desde el mundo del
periodismo, uno observa con envidia sana el buen rollito que transmiten
los cocineros vascos más prestigiosos. Todos a una, no hay semana en la
que no se reúnan para presentar un libro, presidir un jurado
gastronómico o entregar un premio. Se supone que Arzak es competencia de
Mugaritz, Mugaritz de Zuberoa, Zuberoa de Akelarre y Akelarre de
Berasategui, por citar los cinco primeros restaurantes del Olimpo
guipuzcoano y cinco chefs habituales en los saraos gastroculturales. Al
menos de puertas afuera, el clima de camaradería es habitual. Se dedican
al mismo oficio pero presumen de ser amigos. De puertas adentro tendrán
sus cuitas (como decía aquel, hasta en los quirófanos hay broncas a
grito pelado), pero ofrecen una imagen de concordia y han hecho y hacen
bandera de esa amistad entre profesionales. Esa saludable convivencia en
el mundo de los pucheros, tan poco habitual en otros sectores, alcanzó
su máxima expresión artística hace ocho años. Con motivo de la entrega
del Tambor de Oro a Martín Berasategui, nueve cocineros (Arzak, Subijana, Argiñano, Hilario y Joxe Mari Arbelaitz, Aduriz, Ramón Roteta, Juan José Castillo y Gorka Txapartegi) se arrancaron por habaneras y cantaron y bailaron una pieza en euskera compuesta por Xabier Otaegi, a quien, por cierto, no pocos descubrieron el pasado miércoles en ETB
en su faceta de bancario, que no banquero. Pero, sin lugar a dudas, la
receta común de la que más orgullosos se sienten es el Basque Culinary
Center.
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