El otro día soñé (léase en
el sentido de dormir) que me pasaba toda la noche conduciendo con una
bombona de butano en el maletero tratando de buscar otra de repuesto. No
sé cómo acabó el sueño, porque ya se sabe que la mayoría de los sueños
se interrumpen bruscamente, ya sea porque te despiertas con tus propios
ronquidos o porque escuchas un ¡ay! tras propinar un codazo involuntario
a tu contraria mientras duerme plácidamente. Me acordé de lo del butano
ayer, cuando vi a un tipo que cargaba cuatro bombonas en el coche en
una gasolinera. Y el caso es que no sé por qué soñé con ese viaje en
busca de una bombona si ya hace años que me aboné al gas natural. No
digo que sea propenso a soñar sobre asuntos raros, pero sí confesaré (y
creo que no soy el único), que con cierta frecuencia sueño con que me
persigue un toro. Como si se tratara de un encierro en la Estafeta,
sufro como un condenado para esquivar los cuernos del bicho hasta que me
meto debajo del vallado. Hasta ahora (y toco madera), nunca me ha
corneado. Y hasta ahora, tampoco me he caído de la cama en esa carrera
virtual e infernal por evitar las astas del morlaco. No he preguntado
todavía a don Sigmund a qué se deben semejantes
desvelos. Dicen en Internet que este tipo de sueños significa que
"tendré graves problemas en el trabajo o en algún plan o proyecto que
haya emprendido". Da más miedo el significado del sueño que los toros.
Hoy he soñado que mañana sale el sol. Ya toca. Treintaytantos días de lluvia no hay dios que aguante.
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