el otro día estuvo aquí al lado Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia,
a la sazón príncipe de Asturias, príncipe de Gerona y Viana, duque de
Montblanc, conde de Cervera y señor de Balaguer. Nunca he entendido la
expectación que levantan las visitas de la casa real, ya sean en
Donostia o en Albacete, y ya sean los Borbones, los Windsor, los Orange o
los Grimaldi. Cuando veo imágenes de gente que jalea con fervor al
personaje real de turno tras una valla, atónito me quedo. Me pasa lo
mismo con los Papas de Roma, convertidos hoy en ídolos de masas. No
alcanzo a comprender la simpatía que expresa el pueblo llano con
personajes del colorín que viven tan alejados de los problemas del común
de los ciudadanos. Diré más. Soy capaz de bajar al portal de casa para
presenciar una carrera ciclista de cadetes, pero no me levantaría del
sofá para ver a los duques de Windsor. La monarquía y todo su boato me
parecen una de las instituciones más arcaicas e inútiles (por no
necesarias) de este siglo y los anteriores. No entiendo por qué hay que
mantener a toda una prole que no tiene oficio pero sí beneficio. Las
visitas de los Borbones a este territorio rojo del este han
pasado de excepcionales a rutinarias. Hay quien sostiene que se deben a
que si una empresa o institución quiere que un acto que organiza tenga
repercusión más allá de Leintz Gatzaga, sabe que si invita a algún
miembro de la casa real española se garantiza la cobertura informativa
de los medios estatales y del aluvión de revistas de papel cuché. Que la
expectación se multiplica, aunque haya mucho continente y poco
contenido. Va a ser que sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario