me debato entre escribir sobre Amy Martin, la bilbainización (de José Luis Bilbao) de Euskadi, y el Barcenasgate.
Empecemos por lo primero, por esa pluma de oro que ilustraba una web
que hasta hace dos telediarios solo habían visitado los discípulos de Pablo Iglesias.
Si yo fuera Amy Martin, esta columna de 1.509 caracteres le saldría a
esta casa por el módico precio de 392,34 euros. No está nada mal. Si
como se cuenta en los papeles, Amy Martin cobraba 0,26 euros cada
carácter (traducción al inglés incluida), su prosa sobre el cine en
Nigeria le salía al PSOE por un pico. A semejante tarifa, me ofrezco a
la Fundación Ideas para escribir un tratado sobre la cría de faisanes en
el Golfo Pérsico o el crecimiento exponencial de la población de
anguilas en los países bálticos, con traducción al suajili incluida. Por
lo que se ve, en esta vida todo consiste en vender humo, o en poner
cara de hormigón como la que exhibía ayer María Dolores de Cospedal García
después de que el ventilador de esta corrupción galopante que apesta
haya llegado hasta el vértice de la pirámide. Ya se sabe, prietas las
filas, y todos a una, que ya escampará. El problema es que en contadas
ocasiones se tira de la manta hasta destapar tantas vergüenzas como las
del caso Bárcenas. Si acaso, la mancha de la corrupción suele ensuciar a los cargos intermedios. Ya lo decía el Marca el pasado lunes con grandes titulares: Los mejores también con la mano. Aplicado a este caso, los mejores también trincando dinero a mansalva.
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