viernes, 1 de marzo de 2013

Carne de caballo


Soy alérgico a la carne de caballo y hace dos semanas me zampé una ración de albóndigas en el restaurante de una multinacional sueca del mueble cuyo nombre no recuerdo. Lo digo así, de sopetón, y fuera bromas, por si acaso no vivo para contarlo. Sé desde hace más de 30 años que mi estómago no tolera las delicias que ofrecen los equinos. Cuando por aquí escaseaban los dentistas, más de uno cruzábamos la muga para arreglarnos los piños en Iparralde. En mi caso, visité decenas de veces (y no exagero) el potro de torturas de monsieur Poulou. El viaje consistía en desplazarme a la consulta de Ziburu, esperar media horita, ver cómo me apretaban el dichoso aparato de la boca y vuelta a casa como copiloto de mi santa madre, que hizo un tratado de cómo conducir sorteando semana tras semana las retorcidas curvas de Ibardin. En unas de esas idas y venidas descubrimos un puesto ambulante de venta de carne de caballo frente al portal del dentista. Semejante manjar debió sentarme como mil demonios porque al cabo de unos días se me llenó el cuerpo de granos. El médico lo tuvo claro tras hacer un repaso a la ingesta de alimentos de esos últimos días: "Es alérgico a la carne de caballo". A otro familiar se le puso la cara como un globo, así que lo nuestro con la carne de caballo como que no pudo ser. No he vuelto a saber más de estas exquisiteces hasta hace unas semanas, cuando se ha descubierto que algunas empresas dan gato (caballo) por liebre (vacuno). Será cuestión de probar y ver si la alergia sigue vigente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario