Esta semana
seguimos de tiendas. No hay que ser ni un lince ni un agudo observador
para darse cuenta de que todas las catedrales del siglo XXI (osease,
los centros comerciales) son iguales. Los mismos parkings, las mismas
marcas, las mismas tiendas de moda, de telefonía, de videojuegos, de
lencería y de joyas, incluso las mismas franquicias de restauración y la
misma ausencia de comercios especializados en venta de libros y discos
que, sin embargo, sí se ofrecen en las grandes superficies, casi siempre
a la entrada. Todas estas catedrales tienen otro lugar común:
los amplios pasillos con bancos en el centro. Tampoco hay que ser muy
sagaz para darse cuenta de que esos asientos están hechos para los
hombres que esperan a que sus contrarias se aprovisionen de artículos
varios. Echen un vistazo y comprobarán que los bancos están casi siempre
poblados por hombres que pasan el tiempo jugando con el móvil (los
más), leyendo la prensa (los menos) o viendo la vida pasar. Ante la
próxima remodelación de una conocida catedral de los arrabales
de Donostia, pido encarecidamente, no solo que conserven los bancos,
sino que: 1) ofrezcan como detalle un cafelito mientras guardamos
espera; 2) que nos aprovisionen de prensa; 3) que desaparezca el hilo
musical; 4) que no se elimine la señal gratuita de Wi-Fi. He dicho. Otro
día hablaremos de por qué los hombres no sabemos doblar las sábanas, ni
solos ni acompañados y, en concreto, por qué nunca conseguimos que
coincidan las puntas de las sábanas.
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