Hay médicos y médicos,
camioneros y camioneros, peluqueras y peluqueras, actores y actores,
políticos y políticos, pintores y pintores, dependientas y dependientas,
camareros y camareros, enfermeras y enfermeras, taxistas y taxistas,
carniceros y carniceros, barrenderos y barrenderos, fontaneros y
fontaneros, policías y policías, jardineros y jardineros, profesores y
profesores... y luego están los tertulianos. Hay tertulianos (muchos de
ellos periodistas, todo hay que decirlo) que dan vergüenza ajena. Hay un
método infalible para calibrar si un tertuliano es bueno y domina la
materia en cuestión, o si es un indocumentado que no sabe de lo que
habla: cuando se refiere a un asunto que tú controlas, si dice una
barbaridad sin ton ni son, pertenece a este segundo grupo. Como en todo,
no conviene generalizar. Hay excelentes tertulianos que ofrecen
razonamientos y explicaciones argumentadas, al margen de que estés o no
de acuerdo con sus postulados. Pero desgraciadamente (sobre todo en la
tele), abundan los tertulianos bocachanclas que compiten por ver quién
la dice más grande y a grito pelado, sin dejar que su interlocutor acabe
la frase. Y, por si faltara algo, son expertos en la materia,
sea cual sea. Estos últimos días daba grima escuchar a algunos
tertulianos hablar de sistemas de seguridad en los trenes y alta
velocidad ferroviaria. Y daba pena cómo le atizaban al maquinista, que
ya de por sí bastante condena tiene solo de pensar que han muerto 79 de
los pasajeros que llevaba en su tren.
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