Con frecuencia, quienes
dirigen el sector turístico en Gipuzkoa aseguran que el principal
cliente, y al que deben enfocarse las campañas y promociones, responde
al perfil de una persona con un alto nivel adquisitivo, que pernocta dos
o, a lo sumo, tres noches, y que viene a estas tierras para disfrutar
del paisaje, la tranquilidad y la gastronomía. Ayer mismo, la consejera
de Desarrollo Económico y Competitividad, Arantza Tapia, insistía en una entrevista en Radio Euskadi acerca
de que el objetivo no debe ser el "turismo de masas" sino captar a
visitantes que, por ejemplo, conocen Donostia porque acuden a un
congreso y quieren repetir visita en su tiempo de ocio, esta vez
acompañados por la familia. "Son personas que hacen una actividad
comercial y gastronómica de alta calidad", dijo Tapia. No es ninguna
leyenda urbana que los restaurantes de alto copete de Gipuzkoa reciben a
clientes que llegan en su avión privado desde Chicago o Londres
expresamente para degustar sus delicias. Pero, curiosamente, la
percepción que se tiene cuando uno se acerca al paseo de La Concha es
que la ciudad está repleta de turistas de nivel adquisitivo medio.
Vamos, que abundan los visitantes que tiran del pintxo, el menú del día,
el bocata que traen de casa (la crisis aprieta) y el botellín de agua
del supermercado, en un destino que no destaca precisamente por lo
módico de sus precios. Y qué decir de los tan denostados mochileros
(todos hemos sido mochileros alguna vez en nuestra vida), fuente también
de ingresos para una ciudad y un territorio que hacen bandera de su
hospitalidad. Que hay sitio para todos, vaya.
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