domingo, 4 de agosto de 2013

Banquillo

Creo que ya he contado alguna vez en este txoko que, de chaval, chupé banquillo en un montón de campos de fútbol guipuzcoanos. Si no me falla la memoria, durante una larga temporada en Primera Regional, senté mis posaderas en 37 de las 38 jornadas. Casi siempre éramos los mismos cuatro en el banquillo. Erauste, que era el portero suplente, Iñaki, que con los años se hizo fijo en el lateral derecho, Pacheco, alias Blokhin, que era el que destacaba, y un servidor. 37 de 38, que se dice pronto. Como el equipo andaba como un tiro y tenía opciones de ascender, casi siempre jugaba el mismo once. El entrenador tuvo el detalle de alinearnos en el equipo titular en la última jornada con todo ya resuelto. Eran esos años en los que ya eres consciente de que nunca vas a cumplir tu sueño de jugar en la Real. El banquillo casi siempre es una sensación frustrante, salvo que seas Michel Loinaz, salgas media hora y metas dos txitxarros por la escuadra. Juegas diez minutos como un pollo sin cabeza, viéndolas venir. Haciendo un paralelismo, es parecido a cuando regresas al trabajo después de dos o tres semanas de vacaciones. Has estado ocioso a más no poder, cambiando de costumbres y, si eres de los que trabaja pegado a la pantalla de un ordenador, a la vuelta te encuentras 1.500 mensajes sin responder en la bandeja del correo y tareas que dejaste antes de disfrutar de las vacaciones. Andas, aquí también, como un pollo sin cabeza, tratando de ponerte al día. Que les sea leve a los que llegan de descansar en julio. Ya falta menos.

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