de chavales había pocos
placeres culinarios más sabrosos en la merienda que comer un Tigretón,
una Pantera Rosa, un Bony o un Donut. Siempre estaba el socorrido
bocadillo de chorizo Pamplona o de mantequilla con azúcar, pero donde
esté un Tigretón, que se quite todo. Sé de una persona (mujer para más
señas) capaz de estar media hora enterita comiendo un Tigretón. Te lo
podías zampar en dos bocados, pero ella disfrutaba comiéndolo a
cachitos, para envidia insana del amigo de al lado que se lo había
engullido en medio minuto. Los cuatro productos siguen hoy en las
estanterías de los supermercados, pero uno de ellos, el Donut, se muere.
Lo explicaba el domingo La Vanguardia. Las campañas a favor de
una alimentación saludable que destierra la bollería y las grasas
industriales, y la decisión de envasar el Donut, que siempre se había
servido fresco y en el día, han acabado por llevar a Panrico casi a la
bancarrota. Eso y la pésima gestión del fondo americano de capital
riesgo que hace ocho años compró la empresa a la familia Costafreda por
la friolera de 900 millones. De los 18 millones de beneficios de 2003 ha
pasado a sufrir unas pérdidas de 229 millones. El Donut ha desaparecido
de la barra de los bares y de los desayunos y, como es habitual en
estos casos, el pato lo van a pagar los 4.000 trabajadores de Panrico.
El fondo americano acaba de presentar un plan para eliminar casi 2.000
empleos y una reducción del sueldo a los trabajadores de entre el 35% y
45%. No hay Donut que endulce tanta amargura.
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