a mediados del año pasado,
Euskaltel Euskadi anunció su continuidad en la elite durante los
próximos cuatro años (el actual y otros tres) con un nuevo proyecto, una
nueva sociedad limitada (Basque Cycling Pro Team), un mayor
presupuesto, un nuevo manager y una nueva filosofía. Año y medio
después, desaparece. No hay dinero, ni privado ni público, que sostenga
uno de los equipos más ilusionantes en la historia, no ya del ciclismo
vasco, sino del propio deporte vasco. Miles de aficionados consideran
que Euskaltel Euskadi (habrá que acostumbrarse a hablar en pasado) es la
única selección que representa oficialmente a este país en el
deporte de elite. Curiosamente, se da en un deporte como el ciclismo, en
el que se idolatra al individuo, en el que éramos o somos de Loroño, Merckx, Anquetil, Coppi, Hinault, Marino, Periko, Indurain, Beloki, Pantani o Voigt,
pero en el que, salvo excepciones, no se es seguidor de una escuadra.
Euskaltel ha roto ese y otros moldes y se ha convertido durante los
últimos 20 años en uno de los mejores escaparates publicitarios de
Euskadi. La desaparición solo se explica por la crisis y la falta de
patrocinadores, dicen quienes se mueven en las entretelas del pelotón.
Nada que oponer, salvo un pequeño detalle: ¿Cómo es posible
que, ya en plena crisis, se anunciara un proyecto a cuatro años vista, a
razón de nueve millones de euros de presupuesto por temporada, y solo
se haya cubierto una? Quizás es que hay un capítulo en este serial que
nos hemos perdido o que no nos lo han contado.
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