El ser humano es un animal
de costumbres. Somos capaces de levantarnos todos los días por el mismo
lado de la cama, desayunar el mismo número de galletas, tomar el
cortado en la misma mesa del bar de la esquina, leer siempre el
periódico de atrás hacia adelante, pagar en la misma cabina de peaje,
aparcar en el mismo lugar (si es que está libre) y desplazarnos hasta la
puerta de acceso al trabajo por idéntico camino que el día anterior.
Todos ejercemos alguna vez de Jack Nicholson en Mejor... imposible.
Quien osa sentarse en el trozo de banco del vestuario en el que todos
los días te cambias de ropa recibirá una de esas miradas que matan.
Tenemos incluso nuestras prendas fetiche (la camiseta de Toshack o la gabardina de Irureta
son dos buenos ejemplos), nuestros lugares de paso prohibidos (nunca
camines por debajo de un andamio) o manías como aquella de un exjugador
de la Real que nunca volvía a las instalaciones de Zubieta nada más
abandonarlas, ni aunque se le hubiera olvidado el neceser. Estamos
rodeados de manías por todos lados, pero he aquí un caso único: Txomin.
Sanmarcialero de pro, cada 30 de junio se levanta a las tres de la
mañana para acudir a la Diana de Villarrobledo que la Banda de
Música de Irun interpreta a las seis. Por aquello de dejarlo todo atado y
por si acaso se tuerce la cosa y entran las prisas, la víspera, el día
de San Pedro, antes de acostarse cumple un ritual: deja el café con
leche ya preparado en el microondas, coloca la pasta de dientes en el
cepillo y reserva cuatro pliegues de papel higiénico junto a la taza del
váter. Genio y figura.
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